Cuando lleguen al alto de Sobrepuerto, estará, seguramente, comenzando a anochecer. Sombras espesas avanzarán como olas por las montañas y el sol, turbio y deshecho, lleno de sangre, se arrastrará ante ellas agarrándose ya sin fuerza a las aliagas y al montón de ruinas y escombros de los que, en tiempos, fuera […] la solitaria Casa de Sobrepuerto.
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Durante largo rato, contemplarán el pueblo en medio de un silencio sepulcral. Todos ellos lo conocen desde antiguo. Alguno, incluso, tuvo familia aquí y recordarán los tiempos en que subía a recordar a sus parientes por las fiestas de Otoño o Navidad. […]
Pero, desde que murió Sabina, desde que en Ainielle quedé ya completamente solo, olvidado de todos, condenado a roer mi memoria y mis huesos igual que un perro loco al que la gente tiene miedo de acercarse, nadie ha vuelto a aventurarse por aquí. De eso, hace ya casi diez años. Diez larguísimos años de total soledad. Y, aunque de tarde en tarde, hayan seguido viendo el pueblo desde lejos –cuando suben al monte por leña o, en el verano, con los rebaños-, en la distancia, nadie habrá podido imaginar las terribles dentelladas que el olvido le ha asestado a este triste cadáver insepulto.
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Julio Llamazares. La lluvia amarilla
Esta mañana, mientras conducía para acercarme al punto de inicio de la ruta de montaña que había planificado, he escuchado en la radio la triste noticia del fallecimiento de José Antonio Labordeta. Sus canciones han vuelto a mi memoria, y mientras me acercaba a las ruinas de Otxate, uno de los escasos despoblados de Álava (los oficialistas me dirán que está en Treviño -Burgos-, pero me quedo con lo que quieren las gentes que por allí viven), no podía dejar de recordar a los hijos de la María ( los que se fueron a Nueva York para trabajar de negro e indio en un salón), y al Marcelino y la Miguela (que se fueron a la emigración y ahora dicen "Gutten tachen, Auf wiedessen, chulico"), a Andrés, de Casa Sosas, el último de Ainielle, el que no estaba loco ni condenado y que permaneció fiel hasta la muerte a su memoria y a su casa, y a todas las personas que un día tuvieron que salir de sus pueblos,ya fuera voluntariamente o por obligación, y de aquellos que, pese a las dificultades y a la dureza de la vida en los pueblos de montaña, resistieron los embates de los cantos de sirena que llegaban de las ciudades.



Torre y ruinas de Otxate desde Burgondo